ESTA HISTORIA ESTÁ TRANSCRITA, CASI TAL CUAL, DE UNA RELACIÓN DE ENDEMONIADOS EN EL ALTO ARAGÓN, HECHA POR CARMEN DE BURGOS. (HISTORIA DE ARAGÓN 146).
La ubica en un caserío que nace al pie de la carretera, en la margen izquierda del Aragón Subordán, que se adentra en el valle de Echo, y se remonta sobre una suave ladera. Coronándolo hubo un castillo que destruyeron las tropas napoleónicas. Celebra sus fiestas el 20 de enero, en honor a San Sebastián.
LAS DOCE UVAS
(Historia de Javierregay)
En Javierregay vivía una muchacha de quince años. Hija de padres pobres, había entrado a servir en casa del alcalde del pueblo.
Todas las tardes la muchacha iba a buscar leche a una granja cercana, propiedad de sus amos. Algunas tardes solía encontrar una viejecita, con la que hizo amistad y recorrían el camino juntas.
Un día, la viejecita la invitó. Le dió un racimo con doce granos de uva que una hija suya le había enviado, y que la joven comió sin desconfianza. Nunca había comido una uva más perfumada y más rica. Debía des ser moscatel.
Pero a la noche le acometió un cólico tan terrrible que fue preciso llamar al médico. Cuando la infeliz dijo lo que había comido, las señoras y todas la mujeres de la la casa se alarmaron. ¡Era una imprudencia acepar nada de quien no se conocía!
La chica esta asustada, pero no creía que pudiera ser lo que los otros pensaban. Ella conocía a la buena viejecita, que debía vivir también por los alrededores.
En cuanto se pudo levantar, salió con otra compañera a buscarla; pero la viejecita no aparecía por parte alguna, ni nadie daba razón.
La chica emperoraba, se iba desmejorando, hasta que al fin se presentaron las convulsiones y todos los síntomas de estar espirituada.
Da horror verla! – decía el sacristán-. En cuanto el sol comienza a caer, ella comienza a inquietarse, va nerviosa de un lado para otro, con los ojos muy abiertos, como si quisiera huir de algo; pero por más que se le pregunta, nada responde. En cuanto el sol se oculta, se encorva, se hace un gurruñito, se mete en el último rincón y allí comienza a dar voces, señalando alrededor suyo, con ojos de loca y diciendo: “¡Ahí están! ¡Mirádlos! ¡Son Lucifer, Satanás, Pateta, Becebú!”
Nadie ve nada, pero ella los ve y los conoce a todos, los llama por sus nombres, y se defiende de ellos haciéndoles el signo de Salomón, (que es cerrar la mano y dejar abiertos el índice y el dedo pequeño, de manera que resulte la estrella de cinco puntas, y encarar dos puntas para los diablos).
¿Quién le ha enseñado a ella todo eso?
En cuanto tocan las oraciones, los Malos huyen y la dejan libre. La pobrecita no se acuerda de nada. Da pena, porque todo el pueblo huye de ella.
¡Tan bonita y tan joven!
Los médicos no encuentran ninguna enfermedad y ella no consiente en entrar en la iglesia ni en ver en nada que sea cosa de Dios.
Así pasó la muchacha mucho tiempo, sufriendo, hasta que un día llegó la buena nueva:
la linda joven había sido libertada del tentador por un curandero que le recetó una untura de un bálsamo desconocido sobre el estómago. El medicamento provocó el vómito, en el que salieron once de los doce granos de uva que le dio la maldita vieja. Y por cierto, que mezclados con abundante cantidad de cabellos enroscados.